Tomar un café: una hazaña
Después de una extenuante
jornada de shopping con Rigoberto en la feria de San Telmo, en la cual
compramos un hermoso librito (vacío) a 60 pesos, lo cual Rigoberto encontró desequilibradamente
absurdo; y unos jabones a 70 pesos – ustedes no quieren saber lo que pensó
Rigoberto de semejante despilfarro- , fuimos a tomar un café a un bar
aparentemente inofensivo- tal vez demasiado inofensivo.
Nuestra intención era tomar un
café. Después de sentarnos y permanecer sentados por algún largo tiempo,
alrededor de 14 minutos, uno de los mozos se dignó a preguntar si estábamos
atendidos, lo cual causó una estupefacta respuesta por parte de Rigoberto:
“¡No!”
Nos trajeron una
carta que desdeñamos con la frase “Queremos un café.” A lo cual el mozo nos
sugirió una irrisoria opción: “¿No quisieran probar nuestro maravilloso jugo?”
El café del que hablamos existe en la Avenida Caseros y se ufana de servir un
preparado a base de clorofila, vulgarmente llamado jugo de pasto, que posee
todas las cualidades del elixir de la vida eterna según los vendedores. Entre
ellas, la ausencia total de calorías- nada más aburrido en la vida.