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martes, 2 de julio de 2013

El flagelo Palermitano se expande a la periferia


Tomar un café: una hazaña


                Después de una extenuante jornada de shopping con Rigoberto en la feria de San Telmo, en la cual compramos un hermoso librito (vacío) a 60 pesos, lo cual Rigoberto encontró desequilibradamente absurdo; y unos jabones a 70 pesos – ustedes no quieren saber lo que pensó Rigoberto de semejante despilfarro- , fuimos a tomar un café a un bar aparentemente inofensivo- tal vez demasiado inofensivo.

                Nuestra intención era tomar un café. Después de sentarnos y permanecer sentados por algún largo tiempo, alrededor de 14 minutos, uno de los mozos se dignó a preguntar si estábamos atendidos, lo cual causó una estupefacta respuesta por parte de Rigoberto: “¡No!”

Nos trajeron una carta que desdeñamos con la frase “Queremos un café.” A lo cual el mozo nos sugirió una irrisoria opción: “¿No quisieran probar nuestro maravilloso jugo?” El café del que hablamos existe en la Avenida Caseros y se ufana de servir un preparado a base de clorofila, vulgarmente llamado jugo de pasto, que posee todas las cualidades del elixir de la vida eterna según los vendedores. Entre ellas, la ausencia total de calorías- nada más aburrido en la vida.

Rigoberto, que pagó la cuenta refunfuñando, me decía: ¿No era que San Telmo y Barracas eran el barrio de los guapos? ¿Dónde están los guapos? Y para colmo, lo que tardaron en atendernos, teniendo en cuenta que había 2 mesas llenas y 3 mozos. Una vergüenza. La única mesa que despertaba la atención de los mozos era una repleta de niños y sus padres. Pareciera que para que a uno lo atendieran habría que haber llevado alguna criatura.

Lo que me lleva a reflexionar: Una al final se queda a vivir en el barrio para no tener que vivir experiencias palermitanas estupidizantes y se tiene que aguantar esto: ¿Jugo de pasto? ¿En San Telmo? Si quiero pasto, voy al Parque Lezama.

                                                                                                                                                Prim Prudish

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