Django Unchained
Tuve que
taparme los ojos. Muchas veces. También los oídos de a ratos, porque es fácil
imaginarse milimétricamente qué estaba pasando en la pantalla por los
atemorizantes sonidos perfectamente sincopados de toda buena película de
Quentin Tarantino.
Una larga lista de joyas sangrientas
retratando batallas en marcos socio- históricos diversos nunca nos hicieron
dudar del eruditismo de este director fetichista (¿Y ahora qué? Ah, sí, su
pasión postergada: el spaghetti western). Sin olvidarse de los grandes que le
dieron inspiración, Tarantino invitó a Franco Nero a participar de esta
diferente historia de venganza. Django
Unchained refleja la esclavitud en el Deep South con un twist (no el que
bailaron Vincent Vega y Mia Wallace); esta vez los negros tienen voz, aunque la
D sea silenciosa.
De todos modos, hay marcas
Tarantinescas que puede reconocer cualquier buen espectador de estas películas.
A saber, las trompetas y el ritmo de ranchera lenta acompaña la victoria del personaje
principal, y cada vez que se enfocan los ojos de un personaje, éste se remonta
a un recuerdo pasado, seguramente traumático para él y para el espectador, que
será un festival de sangre y sadismo. También se puede aseverar que las
películas de Tarantino que se sitúan en un pasado histórico suelen revalorizar
los paradigmas establecidos y reivindicar a la víctima o perdedor. En Inglourious Basterds ganan los judíos y
en Django el bueno es el alemán que
ama a los negros.


