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miércoles, 27 de marzo de 2013

Whitechapel Gallery Manda





De la selección arbitraria y otros demonios.


Es siempre reconfortante introducirse en una sala oscura sin saber qué se va a proyectar. Pero es de carácter desconcertante la experiencia de una sala en penumbra,  fría y totalmente desierta, salvo por visitantes furtivos y veloces en la huida. ¿Por qué en PROA el aire acondicionado está siempre tan fuerte, si es tan reducido el edificio?
Sobreponiéndome al frío polar ártico que regala PROA a sus visitantes, me dispuse a ser entretenida y sorprendida por la selección de la Galería Whitechapel de Londres dentro de la cuarta edición de Artists’ Film International.
No puedo referirme a todos los videos que formaban parte de la proyección, pero armándome de paciencia pude, en el mejor de los casos, deslumbrarme ante el objeto lentamente desplegando todo su significado sobre celuloide.
En I would love Farrah, Farrah, Farrah, un sujeto claramente border repite incansablemente y con cambios de juntura, tonalidad y énfasis la frase:  “The past is the past; the future is the future.” Es tal cual, mientras ese futuro que se espera no llegue, nos revolvemos en la reminiscencia tentadora de un pasado, que por distante se nos antoja ideal. De hecho, el futuro puede no llegar, y con eso el pasado se vive como la única realidad que define la vida. Resignación, incertidumbre, nostalgia; en fin, un festival de buenos momentos. Otros en la misma lìnea podrìan ser Everness y Zeide Isaac.  En Everness, ¿no es la mayor tragedia del héroe darse cuenta de que ha  malinterpretado todos lo símbolos de su vida? Una exquisita versión del cuento The Dead de Joyce.

domingo, 17 de marzo de 2013

Dominio Público




 ¿Desde cuándo hay que hacer cola para entrar a un museo?

 

El domingo pasado fui con un amigo –llamémosle García- a ver la muestra de Caravaggio en el Museo Nacional de Bellas Artes y estaba cerrada. La indolente excusa era que la noche anterior habían cerrado tarde por la Noche de los Museos, oda al consumo idiota de los espacios de arte. Absolutamente indignado tuve que darle la razón a mi amigo García, devoto detractor del consumo en general, y de la industria del espectáculo revelada en los espacios culturales en particular: el circo entretenedor montado para la Noche de los Museos es una porquería. Infinitas colas para ver mal y mal preparado un sinfín de obras artísticas que terminan absolutamente descontextualizadas, banalizadas. ¿Desde cuándo hay cola en los museos en Argentina? Desde que se convirtió al arte en parte de las industrias creativas. Y debo admitir ante mi amigo García, que tenía razón: esto no es cultura: es circo (con todo respeto por el circo). Museos nacionales y municipales cerrados un domingo en pos de una acción mediocre de supuesto acercamiento a la cultura de la gente. Una señora se quejaba en la puerta, a los gritos, indignada, “¡Que abran!”: se había venido desde González Catán como lo hace una vez por mes desde hacía 40 años y su museo estaba cerrado. Todo sea por el espectáculo.
Fue entonces que nos cruzamos con García al Centro Cultural Recoleta y para nuestra sorpresa estaba abierto, pero claro, con una muestra privada de galerías de arte que se llamaba Eggo. Entrada: 30 pesos. ¿No era que el Centro Cultural Recoleta era un museo de artistas contemporáneos con entrada gratuita? Dejemos de lado, por el momento, la idea de si es válido cobrar entrada o no. Supongamos que se pueda cobrar la entrada. Incluso que se puedan cobrar 30 pesos. No es el asunto: el tema es que le alquilan un espacio de curación supuestamente democrática a terceros, privados, para ser una feria de venta de arte. De venta, por si no quedo claro: de venta.

martes, 12 de marzo de 2013

La Risa, el Agente Infalible




 Lutherapia en el Gran Rex




La producción del blog nos hizo llegar dos entradas para ir a ver a los ilustrísimos Les Luthiers. Hubo grandes muestras de hostilidad y resentimiento, porque llegaron 2 entradas y somos 8. Por suerte, pude asirme de una de las entradas, que era para Hartobia, pero como a ella no le gusta reírse, me la cedió de cualquier forma. La  otra la consiguió Herbecht Romero de manera no muy ortodoxa, pero no es el momento ni el lugar para criticar sus retorcidos manejes. Ya habrá tiempo para eso.
Llegamos a horario, nos dieron asientos casi jerárquicos (los destinados a la prensa) y ya la gente sonreía con bondad y anticipación. ¿Por qué? Porque Les Luthiers provocan risas desde hace décadas, y algunas de sus bromas pasan de generación en generación, entramándose con el decir popular. Todos tenemos un pariente que dice: “¡Flor de reloss!”
Hay un elemento de nostalgia en la apreciación de la vasta obra y los recursos humorísticos de Les Luthiers. Nos remiten a nuestras primeras risas la melena de López Puccio, los instrumentos informales ideados y ejecutados por Maronna (en esta oportunidad, doblegó a un órgano que funcionaba a viento, que salía de incontables pelotas de goma- para Romero era grabado, y yo le decía que no...), los anuncios de Munsdtock, los parlamentos de Rabinovich (mi Les Luthiers favorito de todos los tiempos) y el piano de Núñez Cortés.

lunes, 4 de marzo de 2013

Fascismo e Indulgencia.



 Pachamama- Villa Crespo


Cada día más se arraiga en mí la idea de la concordancia entre la espiritualidad y el fascismo: cada vez que voy a un lugar donde impera la buena onda ésta es inducida por medios coercitivos casi violentos. Si Stalin estuviese vivo amaría estos lugares. Y los dueños de estos antros, en general grupos cooperativos, no tienen reparos en ejercer su verdad con vehemencia al tiempo que depositan en terceros de afuera, en el otro, al enemigo. Vayamos a los hechos.
Un clásico: Vecinos mala onda

El otro día luego de un excelente concierto de Acorazado Potemkin en Ultra fui con una conocida, un conocido y una muy conocida a un lugar llamado, ¡oh casualidad! Pachamama, sito éste en el barrio Porteño de Villa Crespo. Ni bien entramos,  nos dijeron que teníamos que hablar bajo porque los vecinos habían tirado lavandina a la gente. Me pareció sensato entrar hablando bajito, ya que eran las dos de la mañana, y me pareció sensato también que los vecinos quisieran dormir.

No bien entramos, un poeta venido de los años ochenta presentaba a un músico venido de los ochenta también. Nosotros charlábamos alegremente cuando nos comenzaron a chistar para que nos calláramos.  Bajamos el tono de voz. La gente chasqueaba los dedos y nos miraba mal. Estaba desconcertado.