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jueves, 30 de mayo de 2013

Arisca



Cat Power en el Teatro Coliseo


¿Qué nos pasa cuando vemos a una artista atractiva,- sí- sensual,  – sí-  poderosa, - sí- con gente anteojuda aullándole sus letras, que se tambalea y llora sobre el escenario?
¿Qué pasa cuándo la admiración verdosa y venenosa tiñe toda nuestra envidia de un azul pálido, producto de la conmiseración?
Todos saben que odio a las mujeres que expresan su arte libremente, pero creo que se puede seguir trabajando sobre ese axioma. Odio a todas las mujeres felices. Eso es más correcto.
Charlyn Marshall se presentó con una voz límpida, a pesar del whiskey, y no, no fue suficiente para hacerse odiar. Eran las lágrimas, las corridas atrás de las bambalinas – según unos a sonarse al nariz;  a ver a Mr. Blow otros sostienen - y el movimiento oscilante libre de todo cálculo, y tal vez consecuencia de un golpe; todos factores que la hicieron destinataria de mi elegía. No es suficiente entonces subirse a un escenario y hacer vibrar gente bienoliente para producir envidia.

martes, 21 de mayo de 2013

Ferias y clones






¡Devuelvan las plazas!



El sábado pasado me encontré por casualidad en el parque Saavedra después de 20 años y me quedé definitivamente deprimido: una feria igual a todas las ferias de la ciudad de Buenos Aires copaba sus bordes. Quizás sea exagerado (uno), pero que los fines de semana todos los espacios públicos de la ciudad sean copados por infinidad de puestitos de techo de lona azul o amarilla es terriblemente frustrante. Es horrible ver que en todas las plazas de Buenos Aires se vendan las mismas baratijas (encantadoras) chinas, las mismas chucherías usadas, las mismas copias truchas de los artistas y mercaderes de las industrias culturales de moda, las mismas zapatillas de talleres clandestinos, etc. 

Las plazas solían ser lugar de encuentro para hacer sociales, picnic, deportes, estudiar ciencias, pintar; y no, como parece ahora, recrear un shopping para pobres -de espíritu.
Y no es que no me gustan las ferias: las adoro.
Me gusta la feria de artesanías de Mataderos, con su escenario para cantores amateurs y no tanto, su carrera de sortijas, su integración al barrio. También me gusta la de San Telmo, aunque sea todo caro e inescrupuloso.
Pero por favor.

jueves, 16 de mayo de 2013

Progresismo encubierto.



 



Avatares posmodernos debitados al pueblo


Me tomo un taxi en la avenida Corrientes. Aunque es de tarde y está lleno de transportes colectivos más económicos y sociables, tengo que llegar rápido al microcentro y me impongo tomar un taxi. No sé por qué le dicen microcentro si es realmente enorme y superpoblado, nada micro. El taxista está escuchando música de un cantautor poético. Aunque me resulta extraño no le presto atención; mis disputas personales me tienen ensimismado.

Luego de unas cuantas cuadras veo que el taxista me mira insistentemente por su espejito retrovisor especialmente preparado para conversar con pasajeros y no para verificar el estado del transito posterior. Sé que va a monologar pero me entrego: levanto la vista y le presto mi mirada. Se enciende una sonrisa en su rostro y comienza:
- ¿Es raro no?
Le doy a entender con un gesto imperceptible pero elocuente que no entiendo a qué se refiere. Satisfecho, se lanza a mis sentidos.

- Es raro, ¿no? Un taxista escuchando a Silvio Rodríguez ¿Es raro no? Un taxista de izquierda. ¿Es raro, no?

Me pongo un poco paranoico, no sé de qué bando será realmente: si es un infiltrado, un revolucionario, un reaccionario; pero como es un señor bastante escuálido calculo que en pelea cuerpo a cuerpo lo puedo destrozar en sólo ocho segundos, como mucho.

- Soy un taxista progre, sí. Y me gusta ser taxista. No soy como los demás tacheros que se dedican a esto porque los echaron del laburo y no saben hacer nada de nada. No soy un tipo frustrado que compró un taxi con una indemnización y que de puro incapaz se puso un kiosquito o un taxi. No. No, señor. De ninguna manera. A mí me gusta la ciudad. Buenos Aires es hermosa. Me gusta recorrerla y conocer gente. Acá arriba no me estreso nada. Siempre estoy escuchando mis discos, o a Víctor Hugo, o a Aliverti. O a los Pibes de la Barcelona. Me encanta escuchar los partidos en el auto. Cuando juega Boca o la selección un partido importante, la ciudad se queda  vacía y es más hermosa todavía. 

jueves, 9 de mayo de 2013

Entrevista a A. Gasalla.






En exclusiva, A. Gasalla no nos habla ni de los 60s, ni del café concert, ni de Nacha Guevara, ni de Carlos Perciavalle.


A. Gasalla nos recibe en el bar del piso 29 del Hotel de Las Naciones en calle Corrientes. Mientras vamos a su encuentro, nos cruzamos en el Lobby al gran Carlos Salvador Bilardo saliendo del mismo con dos chicas que entre ambas no suman su edad, y una caja de Barón B bajo el brazo.

Sí que Pega la Experiencia: En sus últimas apariciones en televisión y espectáculos teatrales, se lo ha visto con un peinado muy parecido al de Robert Smith de The Cure. ¿Usted ha tenido alguna influencia del rock en la composición de sus personajes?

A. Gasalla: ¡Uy! Me descubrieron. ¡Qué sorpresa! ¿En serio quieren que les cuente?

Sí que Pega la Experiencia: Sí, por favor.

A. G. : Bueno, cuando yo empecé con esta boludez del café concert, con la poca plata que pude juntar en las primeras temporadas, nos fuimos con mi amigo Marcelo a Brasil. Terminamos en el Copacabana Palace, donde había un flaquito, medio jetón siempre rodeado de supermodelos. Resultó ser Mick Jagger, de una banda de rock. Con Marcelo nos encantaba volver en Julio, cada año, y se ve que a este Jagger también porque lo empezamos a ver todos los años. Y, claro, en esa época se venían todos, para escaparle al frío de Europa.
Justamente, en una de esas veces que me lo crucé, Jagger me recomendó que escuchara a David Bowie, que se estaba poniendo de moda. Habrá sido el año 74, o 75. Obviamente escuché a Bowie y terminé copiándole las hombreras, esos maravillosos trajes con lentejuelas.