Cat Power en el Teatro Coliseo
¿Qué nos pasa cuando
vemos a una artista atractiva,- sí- sensual,
– sí- poderosa, - sí- con gente
anteojuda aullándole sus letras, que se tambalea y llora sobre el escenario?
¿Qué pasa cuándo la
admiración verdosa y venenosa tiñe toda nuestra envidia de un azul pálido,
producto de la conmiseración?
Todos saben que odio
a las mujeres que expresan su arte libremente, pero creo que se puede seguir
trabajando sobre ese axioma. Odio a todas las mujeres felices. Eso es más
correcto.
Charlyn Marshall se
presentó con una voz límpida, a pesar del whiskey, y no, no fue suficiente para
hacerse odiar. Eran las lágrimas, las corridas atrás de las bambalinas – según
unos a sonarse al nariz; a ver a Mr.
Blow otros sostienen - y el movimiento oscilante libre de todo cálculo, y tal
vez consecuencia de un golpe; todos factores que la hicieron destinataria
de mi elegía. No es suficiente entonces subirse a un escenario y hacer vibrar
gente bienoliente para producir envidia.



