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jueves, 16 de mayo de 2013

Progresismo encubierto.



 



Avatares posmodernos debitados al pueblo


Me tomo un taxi en la avenida Corrientes. Aunque es de tarde y está lleno de transportes colectivos más económicos y sociables, tengo que llegar rápido al microcentro y me impongo tomar un taxi. No sé por qué le dicen microcentro si es realmente enorme y superpoblado, nada micro. El taxista está escuchando música de un cantautor poético. Aunque me resulta extraño no le presto atención; mis disputas personales me tienen ensimismado.

Luego de unas cuantas cuadras veo que el taxista me mira insistentemente por su espejito retrovisor especialmente preparado para conversar con pasajeros y no para verificar el estado del transito posterior. Sé que va a monologar pero me entrego: levanto la vista y le presto mi mirada. Se enciende una sonrisa en su rostro y comienza:
- ¿Es raro no?
Le doy a entender con un gesto imperceptible pero elocuente que no entiendo a qué se refiere. Satisfecho, se lanza a mis sentidos.

- Es raro, ¿no? Un taxista escuchando a Silvio Rodríguez ¿Es raro no? Un taxista de izquierda. ¿Es raro, no?

Me pongo un poco paranoico, no sé de qué bando será realmente: si es un infiltrado, un revolucionario, un reaccionario; pero como es un señor bastante escuálido calculo que en pelea cuerpo a cuerpo lo puedo destrozar en sólo ocho segundos, como mucho.

- Soy un taxista progre, sí. Y me gusta ser taxista. No soy como los demás tacheros que se dedican a esto porque los echaron del laburo y no saben hacer nada de nada. No soy un tipo frustrado que compró un taxi con una indemnización y que de puro incapaz se puso un kiosquito o un taxi. No. No, señor. De ninguna manera. A mí me gusta la ciudad. Buenos Aires es hermosa. Me gusta recorrerla y conocer gente. Acá arriba no me estreso nada. Siempre estoy escuchando mis discos, o a Víctor Hugo, o a Aliverti. O a los Pibes de la Barcelona. Me encanta escuchar los partidos en el auto. Cuando juega Boca o la selección un partido importante, la ciudad se queda  vacía y es más hermosa todavía. 

Trabajo 12 horas por día, esto es lo mío. Paro en bares de tacheros distintos cada día y me pongo a discutir de política. Son todos fachos. ¿Sabe? Escuchan todo el día a ese Oro, o a Paluch, en el mejor de los casos. Y el que no sabe de política escucha la Vale o la Rock & Pop. Son un desastre. Pero me encanta discutir con ellos de política. Es mi cruzada personal. Les regalo discos de Silvio Rodríguez y de Calle 13, si es joven o viejo, depende. Siempre llevo conmigo discos que me graba mi hija para regalar. ¿Usted lo conoce a Silvio Rodríguez?

Le hago otro gesto imperceptible que claramente significa que sí. Prefiero que me siga contando a que se detenga a contarme de un músico que supongo que es cubano, por el acento. Y todos saben bien qué pasó en Cuba.

- Qué bueno. Yo sabía que a usted le gustaba Silvio. ¿Le gusta Calle 13? Esos pendejos son buenísimos.

Le hago otro gesto, prácticamente imperceptible también, que indica a su vez que sí pero que prefiero que siga narrando en la línea sociocultural: lo irritaría si le contara que estos muchachos boricuas no son más que artistas pop para un segmento de mercado de gente como él pero más joven, pero, en el fondo, este conductor me cae bien como para horrorizarlo.

- Le decía que me encanta la ciudad. Que es mi vocación recorrerla. Me conozco cada rincón, estudio historia, sé un montón, aprendo mucho acá arriba. Y de vez en cuando, está bueno subirse a un taxi y encontrarse con un progre –se ríe con ganas y continúa.
- Le decía que paro en distintos bares y parrillitas de la ciudad. Me conocen en toda la ciudad. Ahí viene el zurdito, dicen. Cuando era más joven me agarraba a piñas una vez por mes, pero ahora ya me conocen todos y me tratan con respeto o con condescendencia. O me miran como a un loco lindo. Es que llevo 43 años arriba del taxi y deben pensar que soy un viejo choto. Y deben tener razón –se vuelve a reír, con más ganas aun.
 - Tengo los riñones a la miseria pero yo amo este trabajo. Acá me muero. El médico me dijo que tengo que caminar más. Todos los días camino 3 o 4 kilómetros; me caminé todas las plazas porteñas. Todas. Todos los días hago una distinta. Me gusta mucho Buenos aires.

- Lamento interrumpirlo caballero –hace cinco minutos que llegamos a Corrientes y Florida y me esperan para una reunión sorpresa -, pero me esperan, ¿Cuánto es?

Me dice que son 13 pesos (el reloj marca 13.27 pesos): es la primera vez que un taxista redondea el precio final a mi favor. Le doy 15 pesos y le pido que se quede con el vuelto.

- De ninguna manera –me dice fingiendo ofenderse-, acá están sus dos pesos.
- Caballero, con esa plata compre dos CDRs y grabe un par de discos para taxistas de derecha: quiero apoyar la causa. ¡Adiós y buena suerte!


Veo por el espejito mientras me bajo que se emociona al punto del llanto. Intelectualmente turbado, noto que mis emociones regresan luego de siglos de insomnio.
                                                                                                         Robert Gynek

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