Avatares posmodernos debitados al pueblo
Me tomo un taxi en la avenida Corrientes.
Aunque es de tarde y está lleno de transportes colectivos más económicos y
sociables, tengo que llegar rápido al microcentro y me impongo tomar un taxi.
No sé por qué le dicen microcentro si es realmente enorme y superpoblado, nada
micro. El taxista está escuchando música de un cantautor poético. Aunque me resulta
extraño no le presto atención; mis disputas personales me tienen ensimismado.
Luego de unas cuantas cuadras veo que el
taxista me mira insistentemente por su espejito retrovisor especialmente
preparado para conversar con pasajeros y no para verificar el estado del
transito posterior. Sé que va a monologar pero me entrego: levanto la vista y
le presto mi mirada. Se enciende una sonrisa en su rostro y comienza:
- ¿Es raro no?
Le doy a entender con un gesto imperceptible
pero elocuente que no entiendo a qué se refiere. Satisfecho, se lanza a mis
sentidos.
- Es raro, ¿no? Un taxista escuchando a Silvio
Rodríguez ¿Es raro no? Un taxista de izquierda. ¿Es raro, no?
Me pongo un poco paranoico, no sé de qué
bando será realmente: si es un infiltrado, un revolucionario, un reaccionario;
pero como es un señor bastante escuálido calculo que en pelea cuerpo a cuerpo
lo puedo destrozar en sólo ocho segundos, como mucho.
- Soy un taxista progre, sí. Y me gusta ser
taxista. No soy como los demás tacheros que se dedican a esto porque los
echaron del laburo y no saben hacer nada de nada. No soy un tipo frustrado que
compró un taxi con una indemnización y que de puro incapaz se puso un kiosquito
o un taxi. No. No, señor. De ninguna manera. A mí me gusta la ciudad. Buenos
Aires es hermosa. Me gusta recorrerla y conocer gente. Acá arriba no me estreso
nada. Siempre estoy escuchando mis discos, o a Víctor Hugo, o a Aliverti. O a
los Pibes de la Barcelona. Me encanta escuchar los partidos en el auto. Cuando
juega Boca o la selección un partido importante, la ciudad se queda vacía y es más hermosa todavía.
Trabajo 12
horas por día, esto es lo mío. Paro en bares de tacheros distintos cada día y
me pongo a discutir de política. Son todos fachos. ¿Sabe? Escuchan todo el día
a ese Oro, o a Paluch, en el mejor de los casos. Y el que no sabe de política
escucha la Vale o la Rock & Pop. Son un desastre. Pero me encanta discutir
con ellos de política. Es mi cruzada personal. Les regalo discos de Silvio Rodríguez
y de Calle 13, si es joven o viejo, depende. Siempre llevo conmigo discos que
me graba mi hija para regalar. ¿Usted lo conoce a Silvio Rodríguez?
Le hago otro gesto imperceptible que claramente
significa que sí. Prefiero que me siga contando a que se detenga a contarme de
un músico que supongo que es cubano, por el acento. Y todos saben bien qué pasó
en Cuba.
- Qué bueno. Yo sabía que a usted le gustaba
Silvio. ¿Le gusta Calle 13? Esos pendejos son buenísimos.
Le hago otro gesto, prácticamente imperceptible
también, que indica a su vez que sí pero que prefiero que siga narrando en la línea
sociocultural: lo irritaría si le contara que estos muchachos boricuas no son
más que artistas pop para un segmento de mercado de gente como él pero más
joven, pero, en el fondo, este conductor me cae bien como para horrorizarlo.
- Le decía que me encanta la ciudad. Que es
mi vocación recorrerla. Me conozco cada rincón, estudio historia, sé un montón, aprendo mucho acá
arriba. Y de vez en cuando, está bueno subirse a un taxi y encontrarse con un
progre –se ríe con ganas y continúa.
- Le decía que paro en distintos bares y
parrillitas de la ciudad. Me conocen en toda la ciudad. Ahí viene el zurdito,
dicen. Cuando era más joven me agarraba a piñas una vez por mes, pero ahora ya
me conocen todos y me tratan con respeto o con condescendencia. O me miran como
a un loco lindo. Es que llevo 43 años arriba del taxi y deben pensar que soy un
viejo choto. Y deben tener razón –se vuelve a reír, con más ganas aun.
- Tengo
los riñones a la miseria pero yo amo este trabajo. Acá me muero. El médico me
dijo que tengo que caminar más. Todos los días camino 3 o 4 kilómetros; me
caminé todas las plazas porteñas. Todas. Todos los días hago una distinta. Me
gusta mucho Buenos aires.
- Lamento interrumpirlo caballero –hace cinco
minutos que llegamos a Corrientes y Florida y me esperan para una reunión
sorpresa -, pero me esperan, ¿Cuánto es?
Me dice que son 13 pesos (el reloj marca
13.27 pesos): es la primera vez que un taxista redondea el precio final a mi
favor. Le doy 15 pesos y le pido que se quede con el vuelto.
- De ninguna manera –me dice fingiendo
ofenderse-, acá están sus dos pesos.
- Caballero, con esa plata compre dos CDRs y
grabe un par de discos para taxistas de derecha: quiero apoyar la causa. ¡Adiós
y buena suerte!
Veo por el espejito mientras me bajo que se
emociona al punto del llanto. Intelectualmente turbado, noto que mis emociones
regresan luego de siglos de insomnio.
Robert Gynek
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