La nada generalizada
Era un género, como
pocos, que sabía arrancarme suspiros, y algunas cosquillas que no voy a andar
confesando porque no es el momento ni el espacio cibernético adecuado. Pero esa
memorabilia móvil, toda arremangada y colorinche; ese folklore de plástico y
jopos endurecidos mareaba y deleitaba.
Un sábado sin nombre ni señal, fui a La
Especial y me sentí defraudada. Más allá de una banda que tocó el gran éxito de
las 5.6.7.8’s Whoo Hoo y me devolvió
un poco de aire añejo, la verdad es que no se respiraba el Rockabilly que
supimos conocer a principios de los 2000 y que tan bien supo vestir y estilar
la galería 5ta Avenida. Lo único que tenía que hacer uno si se quería convertir
al credo Rockabilly en aquella época era caminar derecho hasta la otra salida
de la galería, comprar ciertos artículos a diestra y siniestra y listo: usted
quedaba transformado en Rockabilly en cuanto emergía por la puerta de
Talcahuano. Se ve que ahora venden otras cosas en esa galería, porque esta gente
en La Especial, hace incontables sábados atrás, no sabía qué clase de credo
llevaba a cuestas.
El problema no es la música. Hay que
comprender primeramente que el Rockabilly no es una clase de música y nada más.
Este género tiene mucho de circo y de caracterización. De hecho, en una época
dorada todos tenían un sobrenombre evocando sur de los EEUU, y tocaban en
bandas que seguían rajatabla la siguiente fórmula: Nombre Propio
(preferentemente corto) + and his/her/the + Nombre Común en plural (sustantivo
consonante con el nombre propio o semánticamente relacionado). Por ejemplo:
Luna and the Lunatics. Este sonsonete tan simpático fue gentilmente cedido por
el rock de los 50s. (Bill Haley and his
Comets, etc).
Entonces, recordando tanta disciplina
circense para la apariencia Rockabilly, miré alrededor mío en La Especial y mi
cabeza se llenó de humo e interrogantes. ¿Dónde quedaron los jopos y el eterno
mito de peinarlo más alto que el mango del contrabajo? ¿Qué pasó con los
pañuelos en la cabeza de chicas con camisas de jean ajustadas? ¿Dónde están los
sujetos con un pañuelo largo saliéndole desde el bolsillo trasero del jean,
como si fueran mecánicos, pero que llegaron en colectivo? ¿Por qué nadie se
arremanga los pantalones? ¿Y qué fue de los tatuajes aprisionando brazos y
piernas con motivos de dados, naipes, llamaradas y Betty Page? Querían retratar
la vida del portador como una odisea marcada por el azar, el peligro y el
placer. Bueno, mentira. No quedan de esos temerarios fanáticos por la música
misfit de los 50s.
El ritmo es el mismo, y los músicos
fueron un lujo, si uno cerraba los ojos y los imaginaba en galas de sureño
fierrero. Pero si miraba bien, esa era una Especial que no recuerdo. ¿Qué es
esa zona para fumar con ventiletes? En una época, cuando los Rockabillies eran
de temer, el humo ajeno se inhalaba sin necesidad de recurrir al oxígeno extra,
Y eso estaba bien. Eso era rock. Tampoco se gozaba de comodidades como lugares
para sentarse. Sigo nadando en mi desazón, mientras pasan por al lado mío
zapatillas blancas, ojotas, shorts; sin ningún respeto por la etiqueta
nostálgica. Una vergüenza. Me tengo que volver a casa, sin olor a humo, y esta
vez dejo La Especial atrás sin llevarme conmigo una edición limitada de
colección. Parece que ya salieron todos del paquete.
Hartobia
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