Tracey Emin en el MALBA
Si la palabra
estuviera tan disponible como misoginia, misandria sería el título de la
serie de videos de la británica Tracey Emin en el Malba. Pero no, la palabra
misandria fue acuñada recién en la post guerra y aparentemente no tuvo mucho
éxito porque no la escucho a la vuelta de cada esquina. Tracey Emin, con sus
videos filmados entre 1995 y 2000, nos lleva por un desfile de variables y
multifacéticas maneras en las que un hombre puede arruinarle la vida a una mujer.
Acá no estamos hablando de corazones rotos ni de violencia física. No hace
falta irse a un barrio marginal del tercer mundo para encontrar violencia de
género de la clase más abyecta e inesperada.
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| Y sí, la misandria desencaja. |
Estamos hablando de una red
mecánica activada (por hombres) dentro del sistema que atentó irreparablemente
contra una mujer europea, culta, de clase media y educada académicamente. Esta
maquinaria atentó contra su libertad de cuándo
practicarse un aborto. Y ese daño impronunciable es un solo ejemplo de los horrores
a los que las mujeres nos vemos sometidas.
Más allá del deseo particular de tener
o no hijos, que se reduce, según la artista, al deseo de compartir con el mundo
una versión más pequeña de uno mismo, y asevera que no es su caso, se trata en
dos de los videos de la serie (Homage to
Edvard Munch and All my Dead Children- 1998- & How
it Feels – 1996) la injusticia de no haberle permitido a esta mujer
practicarse un aborto en el momento indicado y las consecuencias de este
retraso arbitrario.
Los videos son autobiográficos, con la
textura noventosa de una Inglaterra despojada de un futuro para los marginados
intelectuales, y con un pasado difícil de digerir. Es de especial importancia
que mencione los 90s porque se retratan como una década mustia, con nostalgia
de la música disco y cortes de pelo irregulares, que eran casi ley desde 1994
hasta 1997. En el video Why I Never
Became a Dancer se explora el peligro que encierra disfrutar del sexo
libremente para una mujer en pleno siglo XX. Sí, es en serio. Para quienes
creían que no quedaban retrógrados en el mundo, tal vez deban darse una vuelta
por Margate. Aparentemente, una mujer, aún en este siglo, me animo a decir,
puede ser acusada de impúdica por tener las relaciones que quiera, y por
practicar el sexo como una manera de mantenerse en forma, o de simplemente
explorar un recurso para el placer.
Cuidado con lo que viene, porque es
fuerte. A todos nos gusta el sexo y es para muchos la parte más importante de
nuestras vidas. Para un gran número de personas del planeta, el sexo termina en
bebés. Entonces, la obra de Emin nos afecta a todos. Porque ataca a los límites
impuestos por un género para que el otro género no pueda disfrutar del sexo con
completa comodidad y en todo su esplendor. Lejos de sentir pena, sentí odio
ciego y sordo. Pero mudo, jamás. ¿Hasta cuándo vamos a dejarnos etiquetar por
el otro género conforme a nuestras prácticas íntimas? ¿En qué mundo estamos
viviendo? Y seguimos dejando que los patrones torcidos de ese género déspota
dirijan nuestras organizaciones, los medios, la noche porteña, la moda y las
dinámicas sociales.
No voy a decir que los videos son
fáciles de mirar. Me tuve que apantallar en algunos porque sentí que me bajaba
la presión. Pero lo logré. Sentí su dolor y me quedé hasta el final. Porque
entiendo que hay que respaldar su causa. Especialmente porque estamos a punto
de gozar de condiciones dignas acceso al aborto. Al fin. Podríamos exigir más.
Total libertad de decisión. Pero parece que todavía es un poco pronto. Más si
se ve lo rudimentario del sistema- con ayuda de algunos grupos religiosos – en
Inglaterra.
Emin, desde su pedestal de artista
consagrada, les escupe a los hombres de Margate o de St Martin in the Field (o
cualquier iglesia de Londres) toda la misandria que merecen en celulosa. ¡Bien!
¡Era hora!
Noviembre 2012
Hartobia

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