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martes, 30 de abril de 2013

El Crimen de la Espera



 

 Elogio a la Puntualidad


Ayer una señorita llegó tarde a una cita a cenar en casa. Una hora y diez minutos tarde. Las llegadas tardes a cualquier cita me ponen de mal humor, decididamente. La gente que llega tarde es una raza de seres especiales, en general, egoístas; a veces entusiastas, desbocados por la acumulación de encuentros; a veces, tímidos irremediables a los que les encanta pedir perdón. Cuando la gente va a la casa de uno (o la oficina, o el club, o a donde sea que uno esté), se vuelven especialmente insolentes pues asumen que, como estoy en casa, como estoy en la oficina, no tengo nada que perder por esperarlos.
Pero no es así.
Nada que ver.
Como uno está esperando no se pone a leer, no se pone a cocinar, no se pone a escribir o no se pone a hacer nada porque sabe que en cualquier momento lo van a interrumpir. Y cuando se trata de una comida, pues bien se puede malograr el evento, arruinando sabores y texturas, degradando la digestión.
Señores y señoras dilatantes: no hay perdón para tamaña ofensa: quiero decidir yo qué hacer con mi tiempo, esté donde esté, incluso en mi casa.

martes, 23 de abril de 2013

The Cure en River.



 


Una espera larga, y ni con eso resisten. 




Una vez más veo a The Cure, después de haberlos visto en Reading el año pasado. Una vez más vuelvo a maravillarme de lo parecido que está el tecladista a Dolli Irigoyen.
Las canciones de The Cure y Robert Smith siempre supieron conjurar dos cosas fundamentales para la vida. La primera es la urgencia y felicidad que engendra correr por la casa en medias un sábado a la tarde, buscando ropa para disfrazarse y cantando desafinado. Eso es lo que suscita la voz de Smith en por ejemplo “Letter to Elise” y,  para esos fans que sólo conocen las canciones que pasa Aspen, “Friday, I’m in Love”.
Otro de los ingredientes esenciales en The Cure es el dolor que produce la toxicidad de la entrega a una persona que desde el vamos sabemos que no nos sirve para nada. El sentimiento detrás de los aullidos lacerantes de Smith es el dolor que no tiene palabras. Esa pena autoinfligida que se descubre cuando nos preguntamos ¿Por qué me mostraste toda esta ilusión hipnótica si ahora te lo llevás todo? Tarde o temprano, el espejismo del que nos afiebramos, contando las horas para volver a vivir lo soñado, se esfuma, quién sabe por qué, a dónde, cuándo, y el sentido de vacío es el que nos reconforta cuando se replica desde una canción de The Cure. Por ejemplo, en “Desintegration” o “Just Like Heaven”.
Un plaintive cry hecho hombre. Un hombre gordo, sí, lo sé, pero con la entereza de no haber perdido un gramo de la inocencia primal de tener el corazón roto por primera vez. Porque a Robert Smith le rompen el corazón cada vez que canta “Kiss me, Kiss me, Kiss me” o “Why Can’t I be You”.

martes, 16 de abril de 2013

Apuntes sobre festivales y conciertos en tiempos de desidia popular.


La hora de los ineptos y permitentes






Dice el dicho que una persona es lo que come. Otro que los amigos son los que están siempre en las buenas y en las malas. Hay mucho dichos populares pero creo que la gente son los hechos que produce para generar su ser y no lo que la literatura y las revistas de moda, tendencias y vanguardia dicen que somos.

Veamos.

Amigos no son los que te llaman si no los que te atienden el teléfono. Uno no es lo que come, es lo que caga. Uno no es lo que declara ser, uno es lo que es. Uno no es sus teorías ad hoc para justificar sus actos: es sus actos. Uno no es lo que su contexto promueve si no el contexto que decide construirse. Uno no es el vino que dice que tomó o va a tomar o leyó que debería tomar según su presupuesto: es el vino que toma. Uno es los alimentos sólidos y líquidos que se mete en el cuerpo; uno es los sonidos que permitimos entren por nuestras oídos; somos el frío o calor que dejamos que nos invada, los aromas, los colores. Definitivamente, si vamos a un concierto que es malo por la baja calidad del artista o por la baja calidad de producción o por la baja calidad del contexto o porque compramos una campaña de marketing berreta es porque somos lo que somos y no por el otro justificante. Yo soy yo. Nosotros somos nosotros. Como somos aparte también meros consumidores o enterados o periodistas o productores o artistas. ¿Por qué hacemos las cosas? Las hacemos para buscar la felicidad. Para algunos es la experiencia sensible; para otros el consumo; otros ni saben. ¿Por qué no hay agua en los baños en un festival de música electrónica? ¿Por qué no hay control estatal de la calidad de las drogas en un festival en el que definitivamente éstas van a ser consumidas? 

martes, 9 de abril de 2013

Con una Banda en la Van






Lo insospechado.


Digamos que una banda ficticia pasa unos días en Buenos Aires para promocionar un disco nuevo y para ser parte de un festival pretencioso pasado por agua. Digamos que la banda quiere hacer una sesión de fotos en varias locaciones por la ciudad con una fotógrafa profesional y que necesitan una intérprete. La intérprete vendría a ser yo, que me lamenté de que no se tratara de una banda inglesa para empalagarme en sus acentos.
Lo que siguió fue una tarde entera, recorriendo los lugares menos salientes de la ciudad, resaltando el uso y costumbre del porteño medio e intentando que una banda norteamericana pudiera encontrarse relajada en semejantes escenarios.
Lejos del alocado presupuesto en el imaginario colectivo con respecto a lo que pasa en la vida de las estrellas de rock, las charlas en la van iban desde las mascotas, los hijos, un director de cine, conspiraciones del gobierno, las Pascuas, hasta los diferentes tipos de piso donde es más cómodo sentarse. No faltaron comentarios primermundistas ante la evidente falta de infraestructura en la ciudad y, por supuesto, afirmaciones ingeniosamente emparentadas con el cortejo sexual.
La música fue siempre un tema accesorio, que luchaba por mantenerse en la periferia, mientras, yo al menos, esperaba exceso, descontrol, rebeldía, en fin: rock.

miércoles, 3 de abril de 2013

El Horror en Tres Actos Transportados



¡Te podès callar, por favor!




El otro día iba haciendo mi recorrido por medios, lo que en la jerga industrial de la música se llama “hacer prensa”, cuando mi exasperación brindó un espectáculo donde el espanto y el horror serían poco menos que una anécdota.
Paz
Colectivo número uno, 168, hacia Belgrano, la exasperación: una señorita de unos 35 años hablaba a los gritos con su novio sito en Hurlingam. Cada cartel le suscitaba un comentario. “¡Ay!, toca Kiss, ¿Vamos Gordo? Dale, no seas malo, trabajá un poco más así ahorrás y me comprás la entrada… ¡Uy!, mirá, en el colectivo de al lado una mina está mirando la Gente con Tinelli y la Guille, ¿qué mal amigo, viste? Es un desastre, sí, … Sabina y Serrat en Boca… trabajá un poco más así ahorrás y me comprás la entrada. Dale, no seas malo…”
“Disculpe señorita, ¿podría gritar un poco menos?”, le digo.
Mirada despectiva: “Te tengo que cortar gordo, ya bajo.”
Y se baja. ¡Se baja! Miradas aprobatorias de los circunstanciales compañeros de viaje.
Colectivo número 2, 151, hacia Congreso: el espanto: una señorita espantosa, de quijada sobresaliente, se arrima al fondo y grita: “¡Ay, Marcelo, que casualidad! ¡Justo pensaba en vos! ¡¿Cómo andás?! ¡¿Estrenaste ya?!”
“Ay, re bien,” le dice Marcelo, también a los gritos, y se pone a contarle lo mal que le va con su grupo de teatro independiente, pero que de todos modos está por estrenar en el San Martín, que le va re bien, etc. Repite juntas siete veces en sólo cinco minutos las palabras tipo y que, dejando como legado la horrenda frase “Tipo que vamos a estrenar el 29 una obra tipo que, tipo que no sé, tipo Beckett.”
Les pido que bajen un poco el tono de voz, lo hacen muy amables, se bajan dos paradas después. Mirada de aprobación de mis compañeros circunstanciales de viajes y tibio aplauso de una señora muy mal vestida.