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martes, 9 de abril de 2013

Con una Banda en la Van






Lo insospechado.


Digamos que una banda ficticia pasa unos días en Buenos Aires para promocionar un disco nuevo y para ser parte de un festival pretencioso pasado por agua. Digamos que la banda quiere hacer una sesión de fotos en varias locaciones por la ciudad con una fotógrafa profesional y que necesitan una intérprete. La intérprete vendría a ser yo, que me lamenté de que no se tratara de una banda inglesa para empalagarme en sus acentos.
Lo que siguió fue una tarde entera, recorriendo los lugares menos salientes de la ciudad, resaltando el uso y costumbre del porteño medio e intentando que una banda norteamericana pudiera encontrarse relajada en semejantes escenarios.
Lejos del alocado presupuesto en el imaginario colectivo con respecto a lo que pasa en la vida de las estrellas de rock, las charlas en la van iban desde las mascotas, los hijos, un director de cine, conspiraciones del gobierno, las Pascuas, hasta los diferentes tipos de piso donde es más cómodo sentarse. No faltaron comentarios primermundistas ante la evidente falta de infraestructura en la ciudad y, por supuesto, afirmaciones ingeniosamente emparentadas con el cortejo sexual.
La música fue siempre un tema accesorio, que luchaba por mantenerse en la periferia, mientras, yo al menos, esperaba exceso, descontrol, rebeldía, en fin: rock.

El día siguiente se pasó completo, hasta escasos minutos antes del recital, organizando entrevistas previamente suspendidas por miedo a la catastrófica lluvia (¿rock?) en el predio, para que se hicieran al otro día en el hotel. A través del millar de negociaciones intercaladas con cervezas y cigarrillos, llegué a conocer las razones (profundas, emotivas, entrañables) de la banda para hacer prensa de manera encarnizada, cansadora – hasta para nosotros- a pesar de preferir mil veces estar con sus familias. Entonces ¿en dónde quedaron las pasionales cruzadas con el rock? ¿Este era un trabajo como cualquier otro, que uno hace porque no le queda otra?
Yo esperaba que me dijeran que se deben a sus fans, que se sienten vivos sobre el escenario, pero no. Una vez en el predio, demostraron entereza y profesionalismo. Y yo sabía el cansancio y exasperación que vivieron en las últimas horas. ¿La recompensa? Un público mojado y fervoroso que coreó todas sus canciones y los despidió como a reyes, o reinas.
Y se fueron, en van; sin sospechar las cosmologías que se desprenden de sus letras y en torno a las cuales orbitan miles de pequeños universos personales con sus amores y fracasos. Ellos seguirán preocupados por hacer prensa, pero no sospechan que para algunas personas son la vara con la que se mide el mundo y que lo que crean permanecerá a través de los años, como ruinas de la edad de piedra.

                                               Prim Prudish.

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