Lo insospechado.
Digamos que una banda
ficticia pasa unos días en Buenos Aires para promocionar un disco nuevo y para
ser parte de un festival pretencioso pasado por agua. Digamos que la banda
quiere hacer una sesión de fotos en varias locaciones por la ciudad con una
fotógrafa profesional y que necesitan una intérprete. La intérprete vendría a
ser yo, que me lamenté de que no se tratara de una banda inglesa para empalagarme
en sus acentos.
Lo que siguió fue una
tarde entera, recorriendo los lugares menos salientes de la ciudad, resaltando
el uso y costumbre del porteño medio e intentando que una banda norteamericana
pudiera encontrarse relajada en semejantes escenarios.
Lejos del alocado
presupuesto en el imaginario colectivo con respecto a lo que pasa en la vida de
las estrellas de rock, las charlas en la van iban desde las mascotas, los
hijos, un director de cine, conspiraciones del gobierno, las Pascuas, hasta los
diferentes tipos de piso donde es más cómodo sentarse. No faltaron comentarios
primermundistas ante la evidente falta de infraestructura en la ciudad y, por
supuesto, afirmaciones ingeniosamente emparentadas con el cortejo sexual.
La música fue siempre
un tema accesorio, que luchaba por mantenerse en la periferia, mientras, yo al
menos, esperaba exceso, descontrol, rebeldía, en fin: rock.
El día siguiente se
pasó completo, hasta escasos minutos antes del recital, organizando entrevistas
previamente suspendidas por miedo a la catastrófica lluvia (¿rock?) en el
predio, para que se hicieran al otro día en el hotel. A través del millar de
negociaciones intercaladas con cervezas y cigarrillos, llegué a conocer las
razones (profundas, emotivas, entrañables) de la banda para hacer prensa de
manera encarnizada, cansadora – hasta para nosotros- a pesar de preferir mil
veces estar con sus familias. Entonces ¿en dónde quedaron las pasionales
cruzadas con el rock? ¿Este era un trabajo como cualquier otro, que uno hace
porque no le queda otra?
Yo esperaba que me
dijeran que se deben a sus fans, que se sienten vivos sobre el escenario, pero
no. Una vez en el predio, demostraron entereza y profesionalismo. Y yo sabía el
cansancio y exasperación que vivieron en las últimas horas. ¿La recompensa? Un
público mojado y fervoroso que coreó todas sus canciones y los despidió como a
reyes, o reinas.
Y se fueron, en van;
sin sospechar las cosmologías que se desprenden de sus letras y en torno a las
cuales orbitan miles de pequeños universos personales con sus amores y
fracasos. Ellos seguirán preocupados por hacer prensa, pero no sospechan que
para algunas personas son la vara con la que se mide el mundo y que lo que
crean permanecerá a través de los años, como ruinas de la edad de piedra.
Prim
Prudish.
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