La hora de los ineptos y permitentes
Dice el dicho que una persona es lo que come.
Otro que los amigos son los que están siempre en las buenas y en las malas. Hay
mucho dichos populares pero creo que la gente son los hechos que produce para
generar su ser y no lo que la literatura y las revistas de moda, tendencias y
vanguardia dicen que somos.
Veamos.
Amigos no son los que te llaman si no los que
te atienden el teléfono. Uno no es lo que come, es lo que caga. Uno no es lo
que declara ser, uno es lo que es. Uno no es sus teorías ad hoc para justificar
sus actos: es sus actos. Uno no es lo que su contexto promueve si no el
contexto que decide construirse. Uno no es el vino que dice que tomó o va a
tomar o leyó que debería tomar según su presupuesto: es el vino que toma. Uno
es los alimentos sólidos y líquidos que se mete en el cuerpo; uno es los
sonidos que permitimos entren por nuestras oídos; somos el frío o calor que
dejamos que nos invada, los aromas, los colores. Definitivamente, si vamos a un
concierto que es malo por la baja calidad del artista o por la baja calidad de
producción o por la baja calidad del contexto o porque compramos una campaña de
marketing berreta es porque somos lo que somos y no por el otro justificante. Yo
soy yo. Nosotros somos nosotros. Como somos aparte también meros consumidores o
enterados o periodistas o productores o artistas. ¿Por qué hacemos las cosas?
Las hacemos para buscar la felicidad. Para algunos es la experiencia sensible;
para otros el consumo; otros ni saben. ¿Por qué no hay agua en los baños en un
festival de música electrónica? ¿Por qué no hay control estatal de la calidad
de las drogas en un festival en el que definitivamente éstas van a ser
consumidas?
¿Por qué se contrata a barras bravas para la seguridad? ¿Por qué se
hace un concierto intimista de piano y voz al aire libre con cinco grados de
temperatura? ¿Cuándo un concierto se volvió una commodity? ¿Cómo fue que un
concierto se convirtió en un producto perfectamente mensurable y predecible? ¿Por
qué a un artista de culto que toda su vida fue introspectivo hay que verlo
aterido de frío y con el sonido evanescente del viento de río? ¿Por qué no se
suspende un festival en medio de una tormenta? ¿Por qué el público aun hoy
genera violencia para entrar gratis? ¿Por qué el escenario principal de un festival
está en el extremo superior de una explanada en subida que le impide ver bien a
todo el mundo? ¿Por qué la calidad del sonido en los eventos es con suerte regular? ¿Por qué
una banda de música bailable intensa toca en el contexto desabrido de un festival
de rock o en una discoteca pero a las diez de la noche cuando todavía ni
bajaste la comida? ¿Por qué la calidad técnica está casi siempre por debajo de
las necesidades mínimas o se realizan eventos en lugares no aptos para el mismo
o de baja calidad estructural? ¿Cómo se vinculan todas las preguntas anteriores
con la calidad institucional del estado, las fuerzas vivas de la sociedad, los
valores éticos y morales de la ciudadanía? ¿Cómo es que podría continuar con
tantas preguntas respecto a la calidad de la música popular y su contexto
durante horas? En el marco del capitalismo tardío triunfante, en el marco del
capitalismo neoliberal de consumo, pues bien: somos lo que consumimos. Con esta
diatriba reclame su calco de regalo.
Me cuenta mi amiga Isabelle Graw en su ensayo
¿Cuánto vale el arte?, Mercado,
especulación y cultura de la celebridad: “El neoliberalismo no
produce ya individuos sometidos y disciplinados, si no que nos hace
internalizar sus normas y objetivos, que tendemos a considerar como normales o
deseables. Incluso si logramos identificar la naturaleza espúrea de esos
ideales, somos receptivos de ellos, y a menudo nos sometemos a ellos a pesar
incluso de nuestro juicio.”
José González
José González
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