Elogio de la sensatez: sobre Intervenciones de Michel Houellebecq
Una vez más, la
verdad revelada no es más que una certeza que se olvida cada día con el devenir
de la vida cotidiana.
Anoche leí Intervenciones de Michel Houellebecq. Me gusta tanto Houellebecq que se escribir su nombre perfectamente sin
equivocarme. Había leído todas sus novelas, pero nada de su pensamiento
crítico, su ensayística, su epistolario, sus reportajes (no pienso leer su obra
poética).
Nada hasta
anoche.
El libro trata
sobre sus obsesiones habituales: la vejez, la religión, la biogenética, los cagatintas,
el estúpido mundo de las industrias creativas y el arte, pero para no andar con
vueltas y describir lo está en el libro -y que tan bien expresa mi querido
Michel-, diré que tuve, una vez más, leyendo al maestro, la epifanía sobre la
disociación entre el amor y el sexo. O sea sobre dios. Y una vez más, aun sin
éxito en mi mundo privado, me pregunto: ¿Si tengo tan claro que el amor y el
sexo están disociados, por qué insisto
en tratar de unirlos en una misma persona?
Tengo varias
candidatas para consumar uno y otro deseo: ¿Por qué me empeño en buscar lo
imposible? ¿Por qué creo que voy a encontrar las dos cosas en una misma
persona? Incluso, algunas de estas personas coinciden conmigo, y aún así, no
consumamos el sueño del amor, o del
sexo, o simplemente, como debe hacer mi amigo Michel: dejarnos acompañar
tranquilos para charlar cada noche en hermosa armonía.
¿Por qué dejé
pasar hace algunos años a una mujer con la cual teníamos el sexo más formidable
que me tocó vivir, destruyendo la relación al tratar de ubicarla en el lugar
del amor? Porque convengamos que el amor requiere tal sincronía que uno no hace
otra cosa enfermar al otro para que sea como uno quiere que sea. Y eso es lo
que hice con esta mujer -a la que simplemente le tendría que haber dedicado mis
deseos sexuales y alguna que otra comida reparadora antes o después del acto en
cuestión: tratar de que sea otra.
Una estupidez,
amiga: perdón.
¿Y por qué dejé destruir
una relación amorosa hace unos meses con la más maravillosa mujer del barrio,
con la cual me quedaba hablando de boludeces (cada noche de cada día) en total
armonía?
Una estupidez,
mi amor: perdón.
Robert Gynek
Buenos Aires, 25 de octubre de 2012
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