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jueves, 1 de noviembre de 2012

Epifanía sobre el sexo y el amor




Elogio de la sensatez: sobre Intervenciones de Michel Houellebecq



Una vez más, la verdad revelada no es más que una certeza que se olvida cada día con el devenir de la vida cotidiana.
Anoche leí Intervenciones de Michel Houellebecq. Me gusta tanto Houellebecq que se escribir su nombre perfectamente sin equivocarme. Había leído todas sus novelas, pero nada de su pensamiento crítico, su ensayística, su epistolario, sus reportajes (no pienso leer su obra poética).
Nada hasta anoche.
El libro trata sobre sus obsesiones habituales: la vejez, la religión, la biogenética, los cagatintas, el estúpido mundo de las industrias creativas y el arte, pero para no andar con vueltas y describir lo está en el libro -y que tan bien expresa mi querido Michel-, diré que tuve, una vez más, leyendo al maestro, la epifanía sobre la disociación entre el amor y el sexo. O sea sobre dios. Y una vez más, aun sin éxito en mi mundo privado, me pregunto: ¿Si tengo tan claro que el amor y el sexo están disociados,  por qué insisto en tratar de unirlos en una misma persona?


Tengo varias candidatas para consumar uno y otro deseo: ¿Por qué me empeño en buscar lo imposible? ¿Por qué creo que voy a encontrar las dos cosas en una misma persona? Incluso, algunas de estas personas coinciden conmigo, y aún así, no consumamos el sueño  del amor, o del sexo, o simplemente, como debe hacer mi amigo Michel: dejarnos acompañar tranquilos para charlar cada noche en hermosa armonía.
¿Por qué dejé pasar hace algunos años a una mujer con la cual teníamos el sexo más formidable que me tocó vivir, destruyendo la relación al tratar de ubicarla en el lugar del amor? Porque convengamos que el amor requiere tal sincronía que uno no hace otra cosa enfermar al otro para que sea como uno quiere que sea. Y eso es lo que hice con esta mujer -a la que simplemente le tendría que haber dedicado mis deseos sexuales y alguna que otra comida reparadora antes o después del acto en cuestión: tratar de que sea otra.
Una estupidez, amiga: perdón.
¿Y por qué dejé destruir una relación amorosa hace unos meses con la más maravillosa mujer del barrio, con la cual me quedaba hablando de boludeces (cada noche de cada día) en total armonía?
Una estupidez, mi amor: perdón.

Robert Gynek

Buenos Aires, 25 de octubre de 2012


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