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domingo, 7 de julio de 2013

Inglaterra: 1 - EEUU: 0

Hyde Park- British Summertime Festival


Llegó el verano a Londres, y con él toda clase de festivales al aire libre, de esos que rejuntan músicos que ni se saludarían por la calle.

¿A quién vemos, este viernes soleado, aparentemente el primero del año? A Kaiser Chiefs y como plato fuerte Bon Jovi.


Ante todo, el front man de Kaiser Chiefs (the ultimate frontman) se la pasó saltando y meneándose al rayo del sol, usando cada centímetro cuadrado de las pasarelas que imaginamos son para que Jagger se pasee al otro día. Cada pulgada invadió con sus pasos erráticos pero estimulantes; sudó, cantó hasta quedarse afónico, corrió, se tiró al público (respetuoso, que ni lo tocó) y se fue a subir a la torre de sonido. Un zarpado. El sonido fue arrollador; la banda inundó Hyde Park con fuerza y volumen. Una masa que nos pasó por encima y nos dejó con ganas de más, porque la presentación fue muy corta. Nos repetía, sin cesar: “¿Están acá para ver a Bon Jovi?” Como si no pudiera creer que su espectáculo caliente y ácido fuera una excusa para abrir la desabrida presentación de Jon Bon Jovi y su cercenada banda.

martes, 2 de julio de 2013

El flagelo Palermitano se expande a la periferia


Tomar un café: una hazaña


                Después de una extenuante jornada de shopping con Rigoberto en la feria de San Telmo, en la cual compramos un hermoso librito (vacío) a 60 pesos, lo cual Rigoberto encontró desequilibradamente absurdo; y unos jabones a 70 pesos – ustedes no quieren saber lo que pensó Rigoberto de semejante despilfarro- , fuimos a tomar un café a un bar aparentemente inofensivo- tal vez demasiado inofensivo.

                Nuestra intención era tomar un café. Después de sentarnos y permanecer sentados por algún largo tiempo, alrededor de 14 minutos, uno de los mozos se dignó a preguntar si estábamos atendidos, lo cual causó una estupefacta respuesta por parte de Rigoberto: “¡No!”

Nos trajeron una carta que desdeñamos con la frase “Queremos un café.” A lo cual el mozo nos sugirió una irrisoria opción: “¿No quisieran probar nuestro maravilloso jugo?” El café del que hablamos existe en la Avenida Caseros y se ufana de servir un preparado a base de clorofila, vulgarmente llamado jugo de pasto, que posee todas las cualidades del elixir de la vida eterna según los vendedores. Entre ellas, la ausencia total de calorías- nada más aburrido en la vida.

jueves, 20 de junio de 2013

Pastiche, confusión y ñoquis




Stravinsky Boxing Club- Centro de Experimentación del Teatro Colón.

 


¿Qué tienen en común un grupo de estudiantes de danza elongando, dos boxeadores precalentando, un tenor cantando las loas de Stravinsky, tres pianistas y una mujer cocinando ñoquis?
Conforman un continuum de ruido insoportable, salpicados de notas de piano, y el incesante tic- tic de las sogas de los boxeadores cuando impactan sobre el piso.  Como enseguida no sobreviene el diálogo, ni una acción concreta, por consideración al público, uno comienza a impacientarse: mira el programa a ver si está en la obra correcta, se cerciora con su acompañante: “¿Esto va a ser todo así?” Espera unos minutos más. Se detiene en la cocinera; usted no para de estar desconcertado.
Pero usted es muy torpe. No se da cuenta enseguida de que estos personajes forman parte de un engranaje de relojería; símbolo de la ruptura con la armonía que Stravinsky quiso usar para tomar al mundo y a usted por sorpresa.
Los primeros 20 minutos de esta obra/ documental/ entrevista, puestos en forma de libreto por Sebastián Martínez Daniell y dirigidos por Gastón Solnicki, están poblados de acciones aleatorias de personajes aún más aleatorios que no guardan esa unidad argumental tan útil a la hora de entender de qué se trata una obra.

jueves, 30 de mayo de 2013

Arisca



Cat Power en el Teatro Coliseo


¿Qué nos pasa cuando vemos a una artista atractiva,- sí- sensual,  – sí-  poderosa, - sí- con gente anteojuda aullándole sus letras, que se tambalea y llora sobre el escenario?
¿Qué pasa cuándo la admiración verdosa y venenosa tiñe toda nuestra envidia de un azul pálido, producto de la conmiseración?
Todos saben que odio a las mujeres que expresan su arte libremente, pero creo que se puede seguir trabajando sobre ese axioma. Odio a todas las mujeres felices. Eso es más correcto.
Charlyn Marshall se presentó con una voz límpida, a pesar del whiskey, y no, no fue suficiente para hacerse odiar. Eran las lágrimas, las corridas atrás de las bambalinas – según unos a sonarse al nariz;  a ver a Mr. Blow otros sostienen - y el movimiento oscilante libre de todo cálculo, y tal vez consecuencia de un golpe; todos factores que la hicieron destinataria de mi elegía. No es suficiente entonces subirse a un escenario y hacer vibrar gente bienoliente para producir envidia.

martes, 21 de mayo de 2013

Ferias y clones






¡Devuelvan las plazas!



El sábado pasado me encontré por casualidad en el parque Saavedra después de 20 años y me quedé definitivamente deprimido: una feria igual a todas las ferias de la ciudad de Buenos Aires copaba sus bordes. Quizás sea exagerado (uno), pero que los fines de semana todos los espacios públicos de la ciudad sean copados por infinidad de puestitos de techo de lona azul o amarilla es terriblemente frustrante. Es horrible ver que en todas las plazas de Buenos Aires se vendan las mismas baratijas (encantadoras) chinas, las mismas chucherías usadas, las mismas copias truchas de los artistas y mercaderes de las industrias culturales de moda, las mismas zapatillas de talleres clandestinos, etc. 

Las plazas solían ser lugar de encuentro para hacer sociales, picnic, deportes, estudiar ciencias, pintar; y no, como parece ahora, recrear un shopping para pobres -de espíritu.
Y no es que no me gustan las ferias: las adoro.
Me gusta la feria de artesanías de Mataderos, con su escenario para cantores amateurs y no tanto, su carrera de sortijas, su integración al barrio. También me gusta la de San Telmo, aunque sea todo caro e inescrupuloso.
Pero por favor.

jueves, 16 de mayo de 2013

Progresismo encubierto.



 



Avatares posmodernos debitados al pueblo


Me tomo un taxi en la avenida Corrientes. Aunque es de tarde y está lleno de transportes colectivos más económicos y sociables, tengo que llegar rápido al microcentro y me impongo tomar un taxi. No sé por qué le dicen microcentro si es realmente enorme y superpoblado, nada micro. El taxista está escuchando música de un cantautor poético. Aunque me resulta extraño no le presto atención; mis disputas personales me tienen ensimismado.

Luego de unas cuantas cuadras veo que el taxista me mira insistentemente por su espejito retrovisor especialmente preparado para conversar con pasajeros y no para verificar el estado del transito posterior. Sé que va a monologar pero me entrego: levanto la vista y le presto mi mirada. Se enciende una sonrisa en su rostro y comienza:
- ¿Es raro no?
Le doy a entender con un gesto imperceptible pero elocuente que no entiendo a qué se refiere. Satisfecho, se lanza a mis sentidos.

- Es raro, ¿no? Un taxista escuchando a Silvio Rodríguez ¿Es raro no? Un taxista de izquierda. ¿Es raro, no?

Me pongo un poco paranoico, no sé de qué bando será realmente: si es un infiltrado, un revolucionario, un reaccionario; pero como es un señor bastante escuálido calculo que en pelea cuerpo a cuerpo lo puedo destrozar en sólo ocho segundos, como mucho.

- Soy un taxista progre, sí. Y me gusta ser taxista. No soy como los demás tacheros que se dedican a esto porque los echaron del laburo y no saben hacer nada de nada. No soy un tipo frustrado que compró un taxi con una indemnización y que de puro incapaz se puso un kiosquito o un taxi. No. No, señor. De ninguna manera. A mí me gusta la ciudad. Buenos Aires es hermosa. Me gusta recorrerla y conocer gente. Acá arriba no me estreso nada. Siempre estoy escuchando mis discos, o a Víctor Hugo, o a Aliverti. O a los Pibes de la Barcelona. Me encanta escuchar los partidos en el auto. Cuando juega Boca o la selección un partido importante, la ciudad se queda  vacía y es más hermosa todavía. 

jueves, 9 de mayo de 2013

Entrevista a A. Gasalla.






En exclusiva, A. Gasalla no nos habla ni de los 60s, ni del café concert, ni de Nacha Guevara, ni de Carlos Perciavalle.


A. Gasalla nos recibe en el bar del piso 29 del Hotel de Las Naciones en calle Corrientes. Mientras vamos a su encuentro, nos cruzamos en el Lobby al gran Carlos Salvador Bilardo saliendo del mismo con dos chicas que entre ambas no suman su edad, y una caja de Barón B bajo el brazo.

Sí que Pega la Experiencia: En sus últimas apariciones en televisión y espectáculos teatrales, se lo ha visto con un peinado muy parecido al de Robert Smith de The Cure. ¿Usted ha tenido alguna influencia del rock en la composición de sus personajes?

A. Gasalla: ¡Uy! Me descubrieron. ¡Qué sorpresa! ¿En serio quieren que les cuente?

Sí que Pega la Experiencia: Sí, por favor.

A. G. : Bueno, cuando yo empecé con esta boludez del café concert, con la poca plata que pude juntar en las primeras temporadas, nos fuimos con mi amigo Marcelo a Brasil. Terminamos en el Copacabana Palace, donde había un flaquito, medio jetón siempre rodeado de supermodelos. Resultó ser Mick Jagger, de una banda de rock. Con Marcelo nos encantaba volver en Julio, cada año, y se ve que a este Jagger también porque lo empezamos a ver todos los años. Y, claro, en esa época se venían todos, para escaparle al frío de Europa.
Justamente, en una de esas veces que me lo crucé, Jagger me recomendó que escuchara a David Bowie, que se estaba poniendo de moda. Habrá sido el año 74, o 75. Obviamente escuché a Bowie y terminé copiándole las hombreras, esos maravillosos trajes con lentejuelas.

martes, 30 de abril de 2013

El Crimen de la Espera



 

 Elogio a la Puntualidad


Ayer una señorita llegó tarde a una cita a cenar en casa. Una hora y diez minutos tarde. Las llegadas tardes a cualquier cita me ponen de mal humor, decididamente. La gente que llega tarde es una raza de seres especiales, en general, egoístas; a veces entusiastas, desbocados por la acumulación de encuentros; a veces, tímidos irremediables a los que les encanta pedir perdón. Cuando la gente va a la casa de uno (o la oficina, o el club, o a donde sea que uno esté), se vuelven especialmente insolentes pues asumen que, como estoy en casa, como estoy en la oficina, no tengo nada que perder por esperarlos.
Pero no es así.
Nada que ver.
Como uno está esperando no se pone a leer, no se pone a cocinar, no se pone a escribir o no se pone a hacer nada porque sabe que en cualquier momento lo van a interrumpir. Y cuando se trata de una comida, pues bien se puede malograr el evento, arruinando sabores y texturas, degradando la digestión.
Señores y señoras dilatantes: no hay perdón para tamaña ofensa: quiero decidir yo qué hacer con mi tiempo, esté donde esté, incluso en mi casa.

martes, 23 de abril de 2013

The Cure en River.



 


Una espera larga, y ni con eso resisten. 




Una vez más veo a The Cure, después de haberlos visto en Reading el año pasado. Una vez más vuelvo a maravillarme de lo parecido que está el tecladista a Dolli Irigoyen.
Las canciones de The Cure y Robert Smith siempre supieron conjurar dos cosas fundamentales para la vida. La primera es la urgencia y felicidad que engendra correr por la casa en medias un sábado a la tarde, buscando ropa para disfrazarse y cantando desafinado. Eso es lo que suscita la voz de Smith en por ejemplo “Letter to Elise” y,  para esos fans que sólo conocen las canciones que pasa Aspen, “Friday, I’m in Love”.
Otro de los ingredientes esenciales en The Cure es el dolor que produce la toxicidad de la entrega a una persona que desde el vamos sabemos que no nos sirve para nada. El sentimiento detrás de los aullidos lacerantes de Smith es el dolor que no tiene palabras. Esa pena autoinfligida que se descubre cuando nos preguntamos ¿Por qué me mostraste toda esta ilusión hipnótica si ahora te lo llevás todo? Tarde o temprano, el espejismo del que nos afiebramos, contando las horas para volver a vivir lo soñado, se esfuma, quién sabe por qué, a dónde, cuándo, y el sentido de vacío es el que nos reconforta cuando se replica desde una canción de The Cure. Por ejemplo, en “Desintegration” o “Just Like Heaven”.
Un plaintive cry hecho hombre. Un hombre gordo, sí, lo sé, pero con la entereza de no haber perdido un gramo de la inocencia primal de tener el corazón roto por primera vez. Porque a Robert Smith le rompen el corazón cada vez que canta “Kiss me, Kiss me, Kiss me” o “Why Can’t I be You”.

martes, 16 de abril de 2013

Apuntes sobre festivales y conciertos en tiempos de desidia popular.


La hora de los ineptos y permitentes






Dice el dicho que una persona es lo que come. Otro que los amigos son los que están siempre en las buenas y en las malas. Hay mucho dichos populares pero creo que la gente son los hechos que produce para generar su ser y no lo que la literatura y las revistas de moda, tendencias y vanguardia dicen que somos.

Veamos.

Amigos no son los que te llaman si no los que te atienden el teléfono. Uno no es lo que come, es lo que caga. Uno no es lo que declara ser, uno es lo que es. Uno no es sus teorías ad hoc para justificar sus actos: es sus actos. Uno no es lo que su contexto promueve si no el contexto que decide construirse. Uno no es el vino que dice que tomó o va a tomar o leyó que debería tomar según su presupuesto: es el vino que toma. Uno es los alimentos sólidos y líquidos que se mete en el cuerpo; uno es los sonidos que permitimos entren por nuestras oídos; somos el frío o calor que dejamos que nos invada, los aromas, los colores. Definitivamente, si vamos a un concierto que es malo por la baja calidad del artista o por la baja calidad de producción o por la baja calidad del contexto o porque compramos una campaña de marketing berreta es porque somos lo que somos y no por el otro justificante. Yo soy yo. Nosotros somos nosotros. Como somos aparte también meros consumidores o enterados o periodistas o productores o artistas. ¿Por qué hacemos las cosas? Las hacemos para buscar la felicidad. Para algunos es la experiencia sensible; para otros el consumo; otros ni saben. ¿Por qué no hay agua en los baños en un festival de música electrónica? ¿Por qué no hay control estatal de la calidad de las drogas en un festival en el que definitivamente éstas van a ser consumidas? 

martes, 9 de abril de 2013

Con una Banda en la Van






Lo insospechado.


Digamos que una banda ficticia pasa unos días en Buenos Aires para promocionar un disco nuevo y para ser parte de un festival pretencioso pasado por agua. Digamos que la banda quiere hacer una sesión de fotos en varias locaciones por la ciudad con una fotógrafa profesional y que necesitan una intérprete. La intérprete vendría a ser yo, que me lamenté de que no se tratara de una banda inglesa para empalagarme en sus acentos.
Lo que siguió fue una tarde entera, recorriendo los lugares menos salientes de la ciudad, resaltando el uso y costumbre del porteño medio e intentando que una banda norteamericana pudiera encontrarse relajada en semejantes escenarios.
Lejos del alocado presupuesto en el imaginario colectivo con respecto a lo que pasa en la vida de las estrellas de rock, las charlas en la van iban desde las mascotas, los hijos, un director de cine, conspiraciones del gobierno, las Pascuas, hasta los diferentes tipos de piso donde es más cómodo sentarse. No faltaron comentarios primermundistas ante la evidente falta de infraestructura en la ciudad y, por supuesto, afirmaciones ingeniosamente emparentadas con el cortejo sexual.
La música fue siempre un tema accesorio, que luchaba por mantenerse en la periferia, mientras, yo al menos, esperaba exceso, descontrol, rebeldía, en fin: rock.

miércoles, 3 de abril de 2013

El Horror en Tres Actos Transportados



¡Te podès callar, por favor!




El otro día iba haciendo mi recorrido por medios, lo que en la jerga industrial de la música se llama “hacer prensa”, cuando mi exasperación brindó un espectáculo donde el espanto y el horror serían poco menos que una anécdota.
Paz
Colectivo número uno, 168, hacia Belgrano, la exasperación: una señorita de unos 35 años hablaba a los gritos con su novio sito en Hurlingam. Cada cartel le suscitaba un comentario. “¡Ay!, toca Kiss, ¿Vamos Gordo? Dale, no seas malo, trabajá un poco más así ahorrás y me comprás la entrada… ¡Uy!, mirá, en el colectivo de al lado una mina está mirando la Gente con Tinelli y la Guille, ¿qué mal amigo, viste? Es un desastre, sí, … Sabina y Serrat en Boca… trabajá un poco más así ahorrás y me comprás la entrada. Dale, no seas malo…”
“Disculpe señorita, ¿podría gritar un poco menos?”, le digo.
Mirada despectiva: “Te tengo que cortar gordo, ya bajo.”
Y se baja. ¡Se baja! Miradas aprobatorias de los circunstanciales compañeros de viaje.
Colectivo número 2, 151, hacia Congreso: el espanto: una señorita espantosa, de quijada sobresaliente, se arrima al fondo y grita: “¡Ay, Marcelo, que casualidad! ¡Justo pensaba en vos! ¡¿Cómo andás?! ¡¿Estrenaste ya?!”
“Ay, re bien,” le dice Marcelo, también a los gritos, y se pone a contarle lo mal que le va con su grupo de teatro independiente, pero que de todos modos está por estrenar en el San Martín, que le va re bien, etc. Repite juntas siete veces en sólo cinco minutos las palabras tipo y que, dejando como legado la horrenda frase “Tipo que vamos a estrenar el 29 una obra tipo que, tipo que no sé, tipo Beckett.”
Les pido que bajen un poco el tono de voz, lo hacen muy amables, se bajan dos paradas después. Mirada de aprobación de mis compañeros circunstanciales de viajes y tibio aplauso de una señora muy mal vestida.

miércoles, 27 de marzo de 2013

Whitechapel Gallery Manda





De la selección arbitraria y otros demonios.


Es siempre reconfortante introducirse en una sala oscura sin saber qué se va a proyectar. Pero es de carácter desconcertante la experiencia de una sala en penumbra,  fría y totalmente desierta, salvo por visitantes furtivos y veloces en la huida. ¿Por qué en PROA el aire acondicionado está siempre tan fuerte, si es tan reducido el edificio?
Sobreponiéndome al frío polar ártico que regala PROA a sus visitantes, me dispuse a ser entretenida y sorprendida por la selección de la Galería Whitechapel de Londres dentro de la cuarta edición de Artists’ Film International.
No puedo referirme a todos los videos que formaban parte de la proyección, pero armándome de paciencia pude, en el mejor de los casos, deslumbrarme ante el objeto lentamente desplegando todo su significado sobre celuloide.
En I would love Farrah, Farrah, Farrah, un sujeto claramente border repite incansablemente y con cambios de juntura, tonalidad y énfasis la frase:  “The past is the past; the future is the future.” Es tal cual, mientras ese futuro que se espera no llegue, nos revolvemos en la reminiscencia tentadora de un pasado, que por distante se nos antoja ideal. De hecho, el futuro puede no llegar, y con eso el pasado se vive como la única realidad que define la vida. Resignación, incertidumbre, nostalgia; en fin, un festival de buenos momentos. Otros en la misma lìnea podrìan ser Everness y Zeide Isaac.  En Everness, ¿no es la mayor tragedia del héroe darse cuenta de que ha  malinterpretado todos lo símbolos de su vida? Una exquisita versión del cuento The Dead de Joyce.

domingo, 17 de marzo de 2013

Dominio Público




 ¿Desde cuándo hay que hacer cola para entrar a un museo?

 

El domingo pasado fui con un amigo –llamémosle García- a ver la muestra de Caravaggio en el Museo Nacional de Bellas Artes y estaba cerrada. La indolente excusa era que la noche anterior habían cerrado tarde por la Noche de los Museos, oda al consumo idiota de los espacios de arte. Absolutamente indignado tuve que darle la razón a mi amigo García, devoto detractor del consumo en general, y de la industria del espectáculo revelada en los espacios culturales en particular: el circo entretenedor montado para la Noche de los Museos es una porquería. Infinitas colas para ver mal y mal preparado un sinfín de obras artísticas que terminan absolutamente descontextualizadas, banalizadas. ¿Desde cuándo hay cola en los museos en Argentina? Desde que se convirtió al arte en parte de las industrias creativas. Y debo admitir ante mi amigo García, que tenía razón: esto no es cultura: es circo (con todo respeto por el circo). Museos nacionales y municipales cerrados un domingo en pos de una acción mediocre de supuesto acercamiento a la cultura de la gente. Una señora se quejaba en la puerta, a los gritos, indignada, “¡Que abran!”: se había venido desde González Catán como lo hace una vez por mes desde hacía 40 años y su museo estaba cerrado. Todo sea por el espectáculo.
Fue entonces que nos cruzamos con García al Centro Cultural Recoleta y para nuestra sorpresa estaba abierto, pero claro, con una muestra privada de galerías de arte que se llamaba Eggo. Entrada: 30 pesos. ¿No era que el Centro Cultural Recoleta era un museo de artistas contemporáneos con entrada gratuita? Dejemos de lado, por el momento, la idea de si es válido cobrar entrada o no. Supongamos que se pueda cobrar la entrada. Incluso que se puedan cobrar 30 pesos. No es el asunto: el tema es que le alquilan un espacio de curación supuestamente democrática a terceros, privados, para ser una feria de venta de arte. De venta, por si no quedo claro: de venta.

martes, 12 de marzo de 2013

La Risa, el Agente Infalible




 Lutherapia en el Gran Rex




La producción del blog nos hizo llegar dos entradas para ir a ver a los ilustrísimos Les Luthiers. Hubo grandes muestras de hostilidad y resentimiento, porque llegaron 2 entradas y somos 8. Por suerte, pude asirme de una de las entradas, que era para Hartobia, pero como a ella no le gusta reírse, me la cedió de cualquier forma. La  otra la consiguió Herbecht Romero de manera no muy ortodoxa, pero no es el momento ni el lugar para criticar sus retorcidos manejes. Ya habrá tiempo para eso.
Llegamos a horario, nos dieron asientos casi jerárquicos (los destinados a la prensa) y ya la gente sonreía con bondad y anticipación. ¿Por qué? Porque Les Luthiers provocan risas desde hace décadas, y algunas de sus bromas pasan de generación en generación, entramándose con el decir popular. Todos tenemos un pariente que dice: “¡Flor de reloss!”
Hay un elemento de nostalgia en la apreciación de la vasta obra y los recursos humorísticos de Les Luthiers. Nos remiten a nuestras primeras risas la melena de López Puccio, los instrumentos informales ideados y ejecutados por Maronna (en esta oportunidad, doblegó a un órgano que funcionaba a viento, que salía de incontables pelotas de goma- para Romero era grabado, y yo le decía que no...), los anuncios de Munsdtock, los parlamentos de Rabinovich (mi Les Luthiers favorito de todos los tiempos) y el piano de Núñez Cortés.

lunes, 4 de marzo de 2013

Fascismo e Indulgencia.



 Pachamama- Villa Crespo


Cada día más se arraiga en mí la idea de la concordancia entre la espiritualidad y el fascismo: cada vez que voy a un lugar donde impera la buena onda ésta es inducida por medios coercitivos casi violentos. Si Stalin estuviese vivo amaría estos lugares. Y los dueños de estos antros, en general grupos cooperativos, no tienen reparos en ejercer su verdad con vehemencia al tiempo que depositan en terceros de afuera, en el otro, al enemigo. Vayamos a los hechos.
Un clásico: Vecinos mala onda

El otro día luego de un excelente concierto de Acorazado Potemkin en Ultra fui con una conocida, un conocido y una muy conocida a un lugar llamado, ¡oh casualidad! Pachamama, sito éste en el barrio Porteño de Villa Crespo. Ni bien entramos,  nos dijeron que teníamos que hablar bajo porque los vecinos habían tirado lavandina a la gente. Me pareció sensato entrar hablando bajito, ya que eran las dos de la mañana, y me pareció sensato también que los vecinos quisieran dormir.

No bien entramos, un poeta venido de los años ochenta presentaba a un músico venido de los ochenta también. Nosotros charlábamos alegremente cuando nos comenzaron a chistar para que nos calláramos.  Bajamos el tono de voz. La gente chasqueaba los dedos y nos miraba mal. Estaba desconcertado.

lunes, 25 de febrero de 2013

Reversionando Mitos



Django Unchained


Tuve que taparme los ojos. Muchas veces. También los oídos de a ratos, porque es fácil imaginarse milimétricamente qué estaba pasando en la pantalla por los atemorizantes sonidos perfectamente sincopados de toda buena película de Quentin Tarantino.
         Una larga lista de joyas sangrientas retratando batallas en marcos socio- históricos diversos nunca nos hicieron dudar del eruditismo de este director fetichista (¿Y ahora qué? Ah, sí, su pasión postergada: el spaghetti western). Sin olvidarse de los grandes que le dieron inspiración, Tarantino invitó a Franco Nero a participar de esta diferente historia de venganza. Django Unchained refleja la esclavitud en el Deep South con un twist (no el que bailaron Vincent Vega y Mia Wallace); esta vez los negros tienen voz, aunque la D sea silenciosa.
         De todos modos, hay marcas Tarantinescas que puede reconocer cualquier buen espectador de estas películas. A saber, las trompetas y el ritmo de ranchera lenta acompaña la victoria del personaje principal, y cada vez que se enfocan los ojos de un personaje, éste se remonta a un recuerdo pasado, seguramente traumático para él y para el espectador, que será un festival de sangre y sadismo. También se puede aseverar que las películas de Tarantino que se sitúan en un pasado histórico suelen revalorizar los paradigmas establecidos y reivindicar a la víctima o perdedor. En Inglourious Basterds ganan los judíos y en Django el bueno es el alemán que ama a los negros.

martes, 19 de febrero de 2013

Ensayo sobre la Ceguera



A algunas Chicas les Gustan los Feos (por suerte).



 


¿Puajjj?
Siempre me pregunté cómo puede ser que a la mayoría de las chicas les gustan algunas estrellas de cine o música que tienen cara de mogólicos. Antes de continuar es bueno preguntarse por qué la corrección política actual hace que no pueda decir mogólico con tranquilidad, teniendo que pensar en palabras como estúpido, idiota, minusválido mental, entre otros. Una cosa es una persona con síndrome de down y otra cosa bien diferente es el caso de un artista con cara de mogólico, que no es lo mismo. Tengamos el caso de Marlon Brando, Leonardo Di Caprio, Luis Miguel entre muchos otros que tiene cara de mogólicos -o si se quiere mejor de bobos, de personas con capacidades cognoscitivas y motrices disminuidas. ¿Qué le vieron las chicas? ¿De dónde sale el mito de su belleza?

martes, 12 de febrero de 2013

La Vida está muy Sobrevalorada



 Aburrirse


Este fin de semana (este no, el anterior) me aburrí. Bastante. Antes todo fui al bar de siempre, donde siempre me encuentro con gente deforme que da que hablar, pero los chistes son siempre los mismos. Nos hicimos de unos posavasos nuevos, pero al final siempre terminamos riéndonos de las mismas caras, hasta que dejan de causar gracia. También tuve una fiesta familiar con momentos emotivos. Y como no me gusta ser parte de nada, me aburrí un poco.
Ufff
         Y el domingo fui a ver The General Elektriks en Niceto. Abría Axel Krygier ¿Y qué pasó? Me aburrí otro poco más. Su música se parecía  a los Wawancó en francés. No había letra, cosa que me molesta bastante de la música contemporánea, y los efectos vocales eran infructíferos.
The General Elektriks armonizaron un poco más el hedonismo superficial del público y eran excelentes como música de fondo. Pero como la actividad principal era verlos a ellos, me aburrí.
         Cuando uno se aburre, tiñe todo con su aburrimiento. Las calles de Buenos Aires me parecen aburridas, la gente no arma tertulia, no busca intereses comunes y se enajena en sus chupetes electrónicos con botones.

martes, 5 de febrero de 2013

Elogio del Comitente





Cerveza, café,  un atardecer embriagador junto al tren y Juan Gatti.


 

El domingo pasado fui con dos amigos a ver Contraluz, la muestra del diseñador Juan Gatti en el Museo Sivori. El museo tiene un hermoso parque para tomar cerveza o café y es un gran plan de verano, siempre.
La muestra consistía en la exhibición de los trabajos de diseño gráfico para discos y películas y revistas más trabajos artísticos: fotografía y collages digital, en general, de Juan Gatti. Había unas cuarenta o cincuenta tapas de discos de rock argentino y otras cuarenta o cincuenta de rock español, sus trabajos para marcas de moda como Kenzo y la revista Vogue y unos veinte pósters de películas de Almodóvar y su productora El Deseo.
Voy a consignar que sus tapas de discos eran claras y prolijas y precedían muy bien el producto cultural: el nombre del artista y el nombre de la obra. O sea, un profesional que hace correctamente su trabajo. Lo hace muy bien. Vemos, por ejemplo, una tapa de un disco y todos sabemos de qué se trata, a groso modo. Evidentemente estuvo allí donde tuvo que estar en el momento que había que estar y con su oficio y talento se convirtió en parte de una movida, de una obra. Y por sobre todo: hizo espectacularmente bien su trabajo: comunicar lo que le pedía el artista y/o la compañía para lo que trabaja. En definitiva un excelente profesional.

jueves, 31 de enero de 2013

Tan Famosos



Why should we care?



Exacto. ¿Qué nos importa si ya somos indiscutidamente famosos y nada puede envilecer nuestra reputación actoral? 
         Me encontraba aburrida en un retiro veraniego, de noche con una pila de DVDs  y sin más ganas de leer. ¿A ver?  The Descendants, con George Clooney. No puede ser muy mala ya que cuenta con la participación del astro de la máquina de café. Veremos.
"¡Oh, no! ¿Qué he hecho?"
         La mujer de George Clooney cae en un coma profundo durante el cual George Clooney actúa como si él hubiera salido de un coma profundo.  A raíz de un affaire que ella venía teniendo, George Clooney se ve envuelto en situaciones que lindan con el tabú o el cinismo exagerado, convirtiendo a un drama en una comedia negra, pero con tintes emotivos. Además, está sita en Hawaii, lo cual constituye una excelente excusa para que George Clooney vista una variedad insana de camisas floreadas.  O sea, un desastre, a mi desatinado entender.

jueves, 24 de enero de 2013

Elogio a la Desmesura




 ¿Seth MacFarlane Inflado por  los Gases?



Ayer vi Ted de Seth MacFarlane, el creador de Family Guy. La película es muy divertida e irreverente diría un crítico. La película es divertida, de verdad, puedo confirmar. Tiene una mezcla de absurdo, ironía y cinismo, diríamos el crítico y yo al mismo tiempo. Este muchacho, Seth MacFarlane, se dió el gusto: hizo una comedia con seres vivos y un muñeco al estilo Alf, pero bien. Se sacó las ganas con una pelea memorable entre un muñeco y un ser humano francamente inmejorable. Parodió a sus héroes de los ochentas con ellos mismos de carne y hueso presentes, dejándonos sus simpáticas observaciones sobre la melancolía retro sin caer en la real. En fin, el buen kitsch (¿o camp? Me parece que kitsch, no sé) –y eso que (por suerte) no hizo una comedia musical; una de sus obsesiones.

sábado, 19 de enero de 2013

Sergio Bizzio- Rabia (2008)



Incomprendido Rabiar




¿Por qué habría de interesarnos una novela sobre un albañil y una mucama que se encuentran en el Disco? ¿Desde cuándo se construye a un personaje desde Cristian Castro y los giros idiomáticos sobreentendidos, mustios, corrientes? Los nombres de los protagonistas son José María y Rosa; peor, imposible. Rabia tiene todos esos elementos, diría en demasía, pero de a ratos, después de una llanura de lenguaje coloquial despreciable sorprende con los siguientes recursos altamente recomendables de imitar:
         Montaje temporal. Rabia no es lineal, al menos al principio. Comienza con una escena atrapante y guaranga, que cautiva engañosamente, porque nunca más se vuelve a eso en el resto de la obra. Inmediatamente después de esa escena, el relato se transporta a la pre historia de Rosa y María, como eligen (muy a mi pesar) llamarlo tanto el narrador y Rosa. Y siguen los flashbacks, brevemente delineados, a lo largo de la obra para ubicar al lector en la vida de María, Rosa y los Blinder.
         Elemento sobrenatural: Esto es discutible, para no decir polémico. Pero a María se le atribuyen algunos rasgos de súper héroe, como ser una velocidad increíble, la habilidad de ser sigiloso como un gato o una vista de rayos X. Y ¿qué les parece? Funciona.

viernes, 11 de enero de 2013

Calidad de Vida




Sobre el Consumo responsable y Otras Resonancias


Hace un par de días, un amigo (el Rey del Adjetivo) me dijo que a veces prefería tomar un café para hacer tiempo en locales de la cadena Starbucks, aduciendo sus méritos tan mentados como polémicos: el café es bueno, tienen Wi Fi y suele haber chicas lindas. Yo prefiero los bares con identidad propia, singular, o (en caso necesario) cadenas de origen local como Café Martínez. Es el disfrute de la diversidad y los códigos locales lo que me interesa resaltar. También puedo aludir dos o tres argumentos en contra  de la cadena importada del norte que de evidentes no sé por qué no se nombran: es caro y no te atienden (bien). ¿Cómo puede ser que una persona prefiera que le cobren mucho, que se tenga que atender sola, que tenga que pelear por una mesa y que se conforme con un conexión a internet pobre, tecleando 14 códigos indescifrables?

lunes, 7 de enero de 2013

¡Ya lo Tenemos!




 Con la ayuda de Alberto Giacometti, entendimos todo.  (PROA)


Por primera vez en mi vida, la obra de un artista me sirve para algo. Giacometti y sus desfiguradas cabezas, cuerpos gigantográficos y objetos funcionales pero desagradables- según su propio juicio-  me dieron la explicación de por qué fracasan las relaciones humanas de cualquier tipo. O si no fracasan, por qué suponen tanto conflicto.
Giacometti a mi entender es el maestro del manejo del espacio entre el modelo (una víctima del proceso), la obra y él. En la película “¿Qué es una Cabeza?” basada en escritos de Jean Genet, se lo veía al artista pintar con un pincel largo y finito, con el brazo extendido, cosa que debe haber sido muy difícil y cansadora. Y este manejo del espacio es crucial para avalar mi tesis de hoy.
Giacometti se enfrascaba en observar a un objeto (principalmente cabezas) por horas, días, años. Decía no saber lo que era una cabeza. Y ya había esculpido varias. Lo que él quería lograr, y logró, era representar a un objeto despojado de toda objetividad realista. Lo que los surrealistas decían, pero llevado a extremos inclasificables. El ejemplo más claro de esta visión es la representación- repetidísima- de la figura de Isabel Delmer. Primero en cabezas, después en bustos y las últimas en reproducciones pequeñísimas. Claro. La última vez que la vio- enamorado hasta la médula de ella estaba el artista- fue a la distancia. Y el tamaño de la imagen de Isabel quedó en su recuerdo así: diminuta. Y la retrató Alberto Giacometti. Conclusión: Isabel es diminuta.